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sábado, 14 de abril de 2012

Generación Alitas de pollo


            Hablábamos hace unos días en la tertulia política sobre generaciones y generaciones perdidas. Que si la Generación del 98, con su amargura, que si la del 27 con su temprano fin a causa de la funesta Guerra Civil, que si la generación perdida de después de la Guerra Civil, y finalmente la Generación X, aquella que nació entre los finales de los 60 y el 80, no mucho más.
            Mi amigo Moisés que es cantabrón, a la par que cántabro, pasado por el salero de Cádiz durante muchos años y residente en Málaga por vocación marital terció:
- Falta la nuestra…La Generación de las alitas de pollo.
            -¿Ein? Creo que fue mi contestación.
            - Si, la generación de las alitas de pollo, es fácil, los nacidos entre los finales de los 50 y los finales de los 60, o sea, nosotros.
            - ¿Nosotros? ¿Alitas de pollo? Seguía yo enrocado en el ave de corral.


Entonces en un arranque de verborrea inusual en él empezó su disertación:
Veamos, cuando nacimos nosotros, más o menos, la política y la filosofía imperante era el respeto al padre. Ese padre que traía a casa el jornal diario, semanal o mensual. Obedecido jerárquicamente por la esposa e hijos.  Y como cabeza de familia, trabajador y a veces funcionario tenía tres votos en los referéndums, que no elecciones, convocadas por el invicto Caudillo.
Ese mismo padre que a la hora de comer, por ser quien era, tu querida madre le ponía el huevo si había y la pechuga del pollo famélico que daba el poco sueldo que entraba en casa. Para la madre un muslo y si había hermana mayor el otro para la niña que tiene que estar de buen ver para mejor casar. Para los niños como nosotros se quedaban las alitas del pollo. En fin que crecimos y nos fuimos. Estudiamos fuera de casa en otra provincia y comíamos, ¿Qué? Alitas de pollo porque no daba el dinero para más. Corrimos delante de los grises, ayudamos a que llegara la Democracia, con mayúsculas, en el calabozo de comisaría cuando te detenían, alitas de pollo.
Conseguimos acabar la carrera, colocarnos, ganar dinero, ennoviarnos, casarnos la mayoría de las veces y sobre todo ser padres. Ahora nos toca pechuga. ¡Pues no!
Resulta que tanto luchar solo ha servido para que sigamos comiendo alitas de pollo, tanta lucha solo ha traído que el niño sea más importante que el padre en la casa, y si hay pechuga es para el niño.  Los Derechos del niño que no tuvimos nosotros y que nos permitieron sobrevivir a tantas cosas. Jugar en la calle, llenarnos de barro, columpiarnos sin cinturones de seguridad, apedrearnos, no vacunarnos nada más que de la viruela. Todo eso no nos ha servido de nada, amigo mío.
            En cierto modo Moisés tiene razón, hay más de una generación perdida, una de ellas la nuestra. Esa generación de profesionales de mediana edad que ha sufrido ya más crisis de las que puede aguantar nadie y que piensa como mínimo que el futuro está fuera de España.  Una generación que piensa que es posible volver a cambiarlo todo, pero no para que todo siga igual como quieren los políticos y seguir en el machito pase lo que pase, sino para tirar para adelante, levantar el país, que no es en sí levantar el país, es levantar tus proyectos y tus ideas, compartirlas, gestionarlas, ganar, sí ganar dinero con ellas, y contribuir a que el país crezca. Se levante, la prima de riesgo disminuya, haya capital circulante, se estabilice el crédito y todos y cada uno tengamos acceso a los bienes generales para su aprovechamiento.
            Esta generación está pensando la mayoría de las veces encontrar trabajo fuera de España, lo más lejos a ser posible y con las mejores oportunidades de  ganar dinero. Un día lo hicieron nuestros padres, abuelos, tíos o vecinos. En España entraban divisas y tuvimos Seat 600 a porrillo. Entramos en el club de países “ricos” teníamos casi de todo. Mucha pasta circulante, mucho turismo, mucho piso a construir y mucha burbuja inmobiliaria. Y en vez de ahorrar y guardar para pagar pensiones futuras se repartió dinero para mantener status. Resumiendo, que explotó y otra vez al principio.
Pero no, la cosa está tan mal que estamos como al principio:
            -Nosotros seguimos comiendo lo que sobra, las alitas del pollo.

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